lunes, 4 de noviembre de 2013

La Estación de la Esperanza

Allí estaba él con su larga gabardina, sus guantes de cuero, su sombrero y como no, su pitillo en la boca. Corría apresurado hacia la estación, una vieja estación de tren situada a las afueras del pueblo. Era una tarde de invierno, de esas en la que anochece pronto. El tiempo se le echaba encima, sacó su reloj de bolsillo y vio que aún le quedaban tres minutos para la llegada del tren.

Aminoró el ritmo llegando a la estación a falta de un minuto de la llegada del tren. Tranquilamente accedió al andén y se sentó en uno de sus bancos a la espera. El cielo, que lucía nublado, comenzaba a cerrarse amenazando agua. Mientras tanto la ausencia de luz dejaba de iluminar la estación, la cual solo tenía un par de tibias luces, cada una a un lado del andén.

Habían pasado quince minutos de su llegada y el tren no había aparecido. Era imposible que el tren ya hubiera partido, nunca lo hacía antes de tiempo, quizás vendría con retraso, pensaba él. Continúo esperando y para hacer tiempo comenzó a dar paseos de un extremo a otro del andén. La lluvia empezaba a caer y la estación no tenía ningún techado donde cobijarse.  

La lluvia comenzó a apretar, y ya empezaba a calarle las ropas, desesperado se sentó al borde del andén con los pies colgado del mismo. Miraba a un lado y a otro de la vía, pero en ninguno se veía ninguna luz que indicara la llegada del tren. El tiempo pasaba, la fuerte lluvia se convertía en tormenta y sus ropas ya no admitían más agua, estaba completamente empapado.


Él, sin perder la esperanza, continuó esperando aquel tren, un tren jamás llegaría….